Vivimos en un mundo caduco. Las nuevas máquinas, frutos de una tecnología trepidante, quedan obsoletas sin una vida plena. Diseñadas para morir casi tan rápido como nacieron, para un consumo feroz, la tecnología es digerida sin saborearse. Es la ley del capitalismo, el mercado continuamente renovado. Pero este mundo no fue pensado para vivir así, y eso se paga. Sumergidos en una crisis arrolladora parece evidente mirar hacia otro lado, cambiar de paradigma, y todos, de una manera u otra, nos giramos hacia el mismo lugar, la naturaleza. Volver a los orígenes, cuidarla (o sanarla) para aprender de sus modos, de sus tempos. Son tantas las imágenes, las luces, el ruido, los olores, la interactividad de nuestra contemporaneidad, tantos productos compitiendo, que la naturaleza parece no tener armas de seducción. Mancha Verde llama la atención; es un sombrero de hierba, que aunque natural, se nos hace extraño, remoto, una vesania. Quizás porque la naturaleza ya no nos parece nuestra. El arte siempre se ha movido en los límites, en esos territorios titubeantes. La naturaleza está en duda, aunque lo demás no funcione, todavía no confiamos en ella. Por eso hay que volver a mirarla, tanto para inmiscuirse, taparse con ella, ensordecer el mundanal sonido del trajín, hacer este mundo en crisis un poco más espontáneo, más afable.




Mancha Verde II